sábado, 1 de octubre de 2011

Intervención de Diego José en la Conferencia: Apuntes para una literatura hidalguense del siglo XXI


La metáfora que Agustín Cadena y Miriam Martínez utilizaron en 1999 para referirse al fenómeno de la dispersión de los escritores hidalguenses en su emblemática antología, sigue vigente, incluso cuando resulta notoria cierta dinámica hacia el interior del Estado. En Diáspora Hidalgo: una narrativa en exilio, los compiladores apuntan en su prefacio: “La literatura hidalguense se ha enfrentado como reto más importante a la conformación de una identidad propia”. La antología —abocada a la narrativa—presupone una tentativa por ubicar a los protagonistas de una tradición dispersa, cuya nómina contempla, además de los poetas Efrén Rebolledo (1877) y Margarita Michelena (1917), a Ricardo Garibay (1923), Gonzalo Martré (1928), Federico Arana (1942), Agustín Ramos (1952) e Ignacio Trejo Fuentes (1955). Aide Cervántes, en su tesis de licenciatura de 2005, retoma estos planteamientos e incluye a otros autores con reconocimiento nacional: José Antonio Zambrano (1953), Arturo Trejo Villafuerte (1953) Fernando Rivera Flores (1958), Guadalupe Ángeles (1962), Agustín Cadena (1963) y Yuri Herrera (1970). La periodista también destaca un puñado de autores que incluye a las, entonces, voces emergentes.
De esta manera se traza una tradición....
Decía que los argumentos expuestos en Diáspora Hidalgo: una narrativa en exilio, desafortunadamente, siguen vigentes. La necesidad de huir para respirar y para formarse y para medirse en una dimensión más real, sigue obligando al auténtico escritor a destacar por sus propios méritos, trabajando con auténtica necedad. Pero, también es uno de los principales impedimentos para que se incremente la calidad en la cosecha literaria dentro de la región. A diferencia del adagio expresado por Cadena y Martínez, que dice: “en Hidalgo los escritores son pocos pero buenos”; actualmente, podemos decir, “que son muchos, pero pocos son buenos”. Pienso en los casos más recientes: Yuri Herrera y Enrique Olmos.
Sigo creyendo que esta situación se debe a otros impedimentos o circunstancias desfavorables, por intentar discutir en cierta dirección, consideré diez obstáculos que he mencionado en otras ocasiones:
  1. La ausencia de oferta académica a nivel superior de licenciaturas vinculadas con la literatura.
  2. La escasa oferta de educación informal como talleres.
  3. La pobreza del periodismo cultural.
  4. El bajo consumo de literatura y la nula presencia de librerías y libreros en la dinámica cultural.
  5. La reducida existencia de revistas y espacios literarios que difundan la creación y fomenten la crítica.
  6. La inercia del ensimismamiento de los escritores. (El conformismo ante la falta de formación literaria y la autocomplacencia).
  7. La supervivencia de la imagen del escritor como un perseguidor de excesos.
  8. El estímulo de los falsos seguidores y el compadrazgo.
  9. La automarginación del medio como impostura antiintelectual.
  10. La reproducción de tópicos desgastados por distintas generaciones de escritores.

Afortunadamente, algunos vislumbres nos permiten sospechar que existe una actitud renovada. Se perciben buenos tiempos que, con fortuna y esfuerzo, nos brindarán libros dichosos. Aunque, como sucede habitualmente, el proceso de selección natural persistirá, que —a decir de Cadena y Martínez— es una ventaja que confirma que “para ser escritor [en Hidalgo] es necesario tener una obstinación a prueba de estupidez”. Así que espero leer pronto, obra madura de Juan Casas Ávila, Antonia Cuevas Naranjo, Ilallalí Hernández, Alfonso Valencia, Rafael Tiburcio García y Antonio Hernández Villegas.
Hace algunos años me sorprendió leer en la presentación de 6 poetas de la ciudad de los vientos, una observación crítica que hiciera José Manuel Recillas, quien suponía que los poetas pueden transformar “el paisaje y la sensibilidad de una Pachuca demasiado sumida en el sueño de los justos, en la autocomplacencia de sentirse, siempre, ella misma, intocada, insustancial, acrítica: sosa e intrascendente”. Me preocupa que esa afirmación pudiera aplicarse al resto del Estado, y sobre todo al ejercicio de los escritores, porque entonces habrían claudicado a la posibilidad de mover el marasmo de conformismo, pero claro está, que se trata de una elección personal; en la manera como se asume con pasión el quehacer literario, y no sólo como una pretensión socialmente admirada.

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