jueves, 24 de julio de 2008

Presentación al #9



La periodicidad es una obsesión del ser que ansía trazar el vacío que le produce sentirse fuera de la historia, sin fechas ni cortes de caja. Esta necesidad de orientarse en el tiempo humano, cuya función consiste en renovar aquello que producimos, ha gestado en nuestra sociedad a su vengativa hermana: la caducidad. Si la primera crea la ilusoria espera de la repetición; la segunda, nos condena al desperdicio. El mercado es el principal beneficiado con la guillotina de la caducidad, puesto que acorta la vida de nuestras efímeras creaciones, sobre todo cuando éstas son regidas por la periodicidad. Las revistas culturales combaten por perdurar. Cada número es una conquista. En nuestro país es común que estos proyectos recurran a infinidad de estrategias para mantenerse a la altura del mercado, arriesgándose a pactar una caducidad menor en detrimento del contenido, es decir, dejarse vencer por la inmediatez y por la accesibilidad. ¿Cómo lograr el equilibro entre profundidad y permanencia?, vaya dificultad. Sin embargo, nuestro goce responde al gusto de intentarlo, convencidos que la poesía, el arte, la invención y las ideas no se rigen por la temporalidad impuesta por las urgencias del mercado. Si aquello que caduca deja de servir, ¿cuál es el rédito de unas cuantas páginas que difícilmente se dejan someter por el utilitarismo, y cuya única posibilidad de existir depende de la mirada azarosa del lector? Pues bien, amable benefactor, ante sus ojos está el número 9 de La Palanca. Confiamos en estas palabras de Georges Bataille sobre la literatura: “No puede ser algo útil al tratarse de la expresión del hombre —de la parte esencial del hombre— y el hombre, por lo que tiene de esencial, no es reductible a la utilidad”.

No hay comentarios.:

Archivo del Blog